La inteligencia artificial (IA) avanza con fuerza en todo el mundo. Automatiza procesos, predice comportamientos, “aprende” patrones y ejecuta tareas que antes solo realizaban los seres humanos. Para muchas empresas, esto es sinónimo de eficiencia, modernización y competitividad. Pero en medio del entusiasmo digital, hay algo que se está quedando atrás: las personas.
Y más aún: los trabajadores y trabajadoras que no solo están siendo desplazados, sino también desvalorizados por discursos que naturalizan su reemplazo como si fuera inevitable, necesario y hasta deseable. ¿Qué prejuicios se esconden tras esa narrativa del “progreso”? ¿Y qué consecuencias tiene no discutir estos cambios a fondo?
El prejuicio del progreso sin rostro
Una de las ideas más instaladas en la narrativa empresarial es que la tecnología siempre representa un avance positivo. Pero cuando ese avance se mide solo en términos de reducción de costos y aumento de velocidad, lo que queda por fuera es el impacto social de esas decisiones.
Se nos dice que “la IA es el futuro”, pero rara vez se pregunta: ¿el futuro de quién, para quién y a costa de quién?
Este tipo de discurso refuerza prejuicios peligrosos:
- Que los trabajadores son fácilmente reemplazables.
- Que el conocimiento humano es obsoleto frente a la máquina.
- Que la eficiencia es más importante que el bienestar.
Para la sociedad: desigualdad, concentración y deshumanización
El reemplazo sistemático de personas por sistemas de IA está provocando una concentración de la riqueza aún más fuerte, donde unas pocas empresas tecnológicas dominan mercados enteros. En Colombia, donde las brechas digitales y sociales son profundas, esto tiene implicaciones graves:
- Desigualdad digital: quienes no tienen acceso a formación tecnológica quedarán excluidos del nuevo mundo laboral.
- Pérdida de empleos comunitarios: en salud, educación, atención ciudadana y medios de comunicación locales.
- Deshumanización del servicio: se privilegian respuestas automáticas frente al trato digno, especialmente en sectores sensibles como salud, justicia o educación.
Para la economía: crecimiento sin empleo
La IA puede aumentar la productividad, pero eso no garantiza empleo ni distribución justa. De hecho, en muchos casos ocurre lo contrario: se automatizan tareas, se eliminan cargos, y se tercerizan servicios bajo lógicas más precarias. Esto debilita los sistemas contributivos, la seguridad social y los ingresos familiares, especialmente en economías como la colombiana.
Es el modelo de “crecimiento sin empleo”, donde las cifras macroeconómicas suben, pero el hambre también.
Para los trabajadores: invisibilización, reemplazo y resistencia
En el mundo del trabajo, la IA no solo reemplaza funciones: reemplaza también el reconocimiento del saber laboral, la historia de los oficios, el papel social del trabajo. Se instala la idea de que el algoritmo es más confiable que la experiencia, más neutro que el juicio, más productivo que la organización.
Los prejuicios que más afectan a los trabajadores son:
- Que “se tienen que adaptar o desaparecer”.
- Que solo vale el trabajo tecnológico.
- Que el conflicto laboral puede ser sustituido por una app.
Pero el trabajo no es solo una función: es una relación social, cultural y política. Es ahí donde los sindicatos, los colectivos y las comunidades deben intervenir. No para frenar la tecnología, sino para ponerle sentido, ética y límites.
Avances sí, pero con justicia
Reconocer los riesgos no significa rechazar los avances. La IA puede servir para mejorar procesos, complementar tareas humanas y reducir trabajos peligrosos o repetitivos. Pero eso solo será posible si se hace desde un enfoque centrado en la vida, y no solo en la ganancia.
Esto implica:
- Democratizar el acceso a la formación digital.
- Regular el uso de la IA desde un enfoque de derechos laborales.
- Garantizar reconversión laboral justa, con ingresos dignos.
- Impedir que las decisiones algorítmicas afecten derechos fundamentales.
En Colombia: el momento es ahora
Colombia apenas comienza a transitar estos debates, pero ya se observan signos preocupantes: automatización sin regulación, despidos silenciosos, precarización disfrazada de “modernización”. Mientras tanto, la legislación laboral sigue sin actualizarse frente a los desafíos de la digitalización.
¿Dónde están los trabajadores en esta discusión? ¿Dónde están los sindicatos, los ministerios, las universidades?
Si no se actúa ahora, será tarde cuando los sistemas ya estén instalados, y los derechos ya hayan sido reemplazados… por una política de silencio algorítmico.
La inteligencia artificial no debe sustituir la inteligencia colectiva. El verdadero progreso no se mide por lo que una máquina puede hacer, sino por lo que una sociedad no está dispuesta a perder.